lunes, 16 de octubre de 2017
lunes, 31 de julio de 2017
viernes, 17 de marzo de 2017
viernes, 17 de febrero de 2017
jueves, 16 de febrero de 2017
Desgrabación - S. Freud - 1938 -
El 7 de diciembre de 1938, la BBC realizó una grabación con el neurólogo
austriaco Sigmund Freud, cuando éste tenía sólo unos meses de haber arribado a
Londres.
Se trató de una breve declaración, en inglés y alemán, que Freud leyó
acerca de su vida y su trayectoria profesional.
Éstas son sus palabras:
"Comencé mi actividad profesional como neurólogo, tratando de dar
alivio a mis pacientes neuróticos... Bajo la influencia de un viejo amigo y con
mis propios esfuerzos, descubrí algunas nuevas realidades importantes sobre el
inconsciente de la vida psíquica... el rol de los impulsos instintivos,
etcétera.
"A partir de estos hallazgos se desarrolló una nueva ciencia, el
psicoanálisis, una parte de la psicología, y un nuevo método para el
tratamiento de las neurosis. Tuve que pagar caro este poco de buena suerte. La
gente no creyó en las realidades que descubrí y consideró a mis teorías
ofensivas. La resistencia fue fuerte y tenaz. Al final, tuve éxito... con
discípulos, y construyendo la Asociación Psicoanalítica Internacional. Pero la
lucha aún no ha terminado.
"A la edad de 82 años me vi obligado, como consecuencia de la
invasión alemana, a abandonar mi hogar, Viena, y vine a Inglaterra para
terminar mi vida en libertad.
Mi nombre es Sigmund Freud."
lunes, 13 de febrero de 2017
jueves, 9 de febrero de 2017
miércoles, 8 de febrero de 2017
martes, 7 de febrero de 2017
ME QUEDO CONTIGO, una película sobre los feminicidios de Ciudad Juárez
Me quedo contigo, una película sobre los feminicidios de Ciudad Juárez
Artemio Narro, artista visual mexicano, presentó su filme Me quedo contigo en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam (IFFR), donde, con roles invertidos, representa los feminicidios de Ciudad Juárez y la situación general de violencia del país.
Artemio ha sido parte de la escena artística desde los 90, con materiales como videos, performances, esculturas e instalaciones, y sus obras han sido exhibidas tanto en nuestro país, como en La Habana, Nueva Delhi, Moscú y Londres.
La película tuvo su estreno nacional en el Festival Internacional de Cine de Morelia y más tarde se llevó al IFFR en la categoría Signals: What The F?!, que explora el concepto del feminismo desde la perspectiva cinematográfica.
El Festival de Rotterdam, —celebrado del 21 de enero al 1 de febrero de este año— ya es reconocido como uno de los grandes eventos fílmicos europeos, donde este año se exhibieron más de 200 largometrajes, entre los que se incluyeron 47 estrenos mundiales.
Me quedo contigo es la historia de una joven española, quien en un viaje a México asiste a su fiesta de despedida de soltera con sus amigas mexicanas. Durante la noche, las mujeres seducen, secuestran y violan a un vaquero que encuentran en la carretera.
El largometraje ya fue seleccionado para proyectarse en Ámsterdam, Canadá y Argentina, y cuenta con las actuaciones de Diego Luna, José María de Tavira, Ana José Aldrete Echevarría, Flor Eduarda Gurrola, Iván Arana, Beatriz Arjona y Ximena González Rubio.
Además, la banda sonora estuvo a cargo del grupo español Los Chunguitos.
El Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM) reestrenará esta cinta en México en marzo de este año.
Artemio ha sido parte de la escena artística desde los 90, con materiales como videos, performances, esculturas e instalaciones, y sus obras han sido exhibidas tanto en nuestro país, como en La Habana, Nueva Delhi, Moscú y Londres.
La película tuvo su estreno nacional en el Festival Internacional de Cine de Morelia y más tarde se llevó al IFFR en la categoría Signals: What The F?!, que explora el concepto del feminismo desde la perspectiva cinematográfica.
El Festival de Rotterdam, —celebrado del 21 de enero al 1 de febrero de este año— ya es reconocido como uno de los grandes eventos fílmicos europeos, donde este año se exhibieron más de 200 largometrajes, entre los que se incluyeron 47 estrenos mundiales.
Me quedo contigo es la historia de una joven española, quien en un viaje a México asiste a su fiesta de despedida de soltera con sus amigas mexicanas. Durante la noche, las mujeres seducen, secuestran y violan a un vaquero que encuentran en la carretera.
El largometraje ya fue seleccionado para proyectarse en Ámsterdam, Canadá y Argentina, y cuenta con las actuaciones de Diego Luna, José María de Tavira, Ana José Aldrete Echevarría, Flor Eduarda Gurrola, Iván Arana, Beatriz Arjona y Ximena González Rubio.
Además, la banda sonora estuvo a cargo del grupo español Los Chunguitos.
El Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM) reestrenará esta cinta en México en marzo de este año.
lunes, 6 de febrero de 2017
"María de mi corazón" Gabriel García Márquez
"María de mi corazón"
Hace unos dos años, le conté un
episodio de la vida real al director mexicano de cine Jaime Humberto
Hermosillo, con la esperanza de que lo convirtiera en una película, pero
no me pareció que te hubiera llamado la atención. Dos meses después,
sin embargo, vino a decirme sin ningún anuncio previo que ya tenía el
primer borrador del guión, de modo que seguimos trabajándolo juntos
hasta su forma definitiva. Antes de estructurar los caracteres de los
protagonistas centrales, nos pusimos de acuerdo sobre cuáles eran los
dos actores que podían encarnarlos mejor: María Rojo y Héctor Bonilla.
Esto nos permitió además contar con la colaboración de ambos para
escribir ciertos diálogos, e inclusive dejamos algunos apenas esbozados
para que ellos los improvisaran con su propio lenguaje durante la
filmación.Lo único que yo tenía escrito de esa historia -desde que me la
contaron muchos años antes en Barcelona- eran unas notas sueltas en un
cuaderno de escolar, y un proyecto de título: «No: yo sólo vine a hablar
por teléfono». Pero a la hora de registrar el proyecto de guión nos
pareció que no era el título más adecuado, y le pusimos otro
provisional: María de mis amores. Más tarde, Jaime Humberto Hermosillo le puso el título definitivo: María de mi corazón. Era el que mejor le sentaba a la historia, no sólo por su naturaleza, sino también por su estilo.
La
película se hizo con la aportación de todos. Creadores, actores y
técnicos aportamos nuestro trabajo a la producción, y el único dinero
líquido de que dispusimos fueron dos millones de pesos de la universidad
veracruzana; es decir, unos 80.000 dólares, que, en términos de cine,
no alcanzan ni para los dulces. Se filmó en dieciséis milímetros y en
color, y en 93 días de trabajos forzados en el ambiente febril de la
colonia Portales, que me parece ser una de las más definitivas de la
ciudad de México. Yo la conocía muy bien, porque hace más de veinte años
trabajé en la sección de armada de una imprenta de esa colonia, y por
lo menos un día a la semana, cuando terminábamos de trabajar, me iba con
aquellos buenos artesanos y mejores amigos a bebernos hasta el alcohol
de las lámparas en las cantinas del barrio. Nos pareció que ese era el
ámbito natural de María de mi corazón. Acabo de ver la película
ya terminada, y me alegré de comprobar que no nos habíamos equivocado.
Es excelente, tierna y brutal a la vez, y al salir de la sala me sentí
estremecido por una ráfaga de nostalgia.
María -la protagonista- era en la vida real una muchacha de unos veinticinco años, recién casada con un empleado de los servicios públicos. Una tarde de lluvias torrenciales, cuando viajaba sola por una carretera solitaria, su automóvil se descompuso. Al cabo de una hora de señas inútiles a los vehículos que pasaban, el conductor de un autobús se compadeció de ella. No iba muy lejos, pero a María le bastaba con encontrar un sitio donde hubiera un teléfono para pedirle a su marido que viniera a buscarla. Nunca se le habría ocurrido que en aquel autobús de alquiler, ocupado por completo por un grupo de mujeres atónitas, había empezado para ella un drama absurdo e inmerecido que le cambió la vida para siempre.
Al anochecer, todavía bajo la lluvia persistente, el autobús entró en el patio empedrado de un edificio enorme y sombrío, situado en el centro de un parque natural. La mujer responsable de las otras las hizo descender con órdenes un poco infantiles, como si fueran niñas de escuela. Pero todas eran mayores, demacradas y ausentes, y se movían con una andadura que no parecía de este mundo. María fue la última que descendió sin preocuparse de la lluvia, pues, de todos modos, estaba empapada hasta el alma. La responsable del grupo se lo encomendó entonces a otras, que salieron a recibirlo, y se fue en el autobús. Hasta ese momento, María no se había dado cuenta de que aquellas mujeres eran 32 enfermas pacíficas trasladadas de alguna otra ciudad, y que en realidad se encontraba en un asilo de locas.
En el interior del edificio, María se separó del grupo y preguntó a una empleada dónde había un teléfono. Una de las enfermeras que conducía a las enfermas la hizo volver a la fila mientras le decía de un modo muy dulce: «Por aquí, linda, por aquí hay un teléfono». María siguió, junto con las otras mujeres, por un corredor tenebroso, y al final entró en un dormitorio colectivo donde las enfermeras empezaron a repartir las camas También a María le asignaron la suya. Más bien divertida con el equívoco, María le explicó entonces a una enfermera que su automóvil se había descompuesto en la carretera y sólo necesitaba un teléfono para prevenir a su marido. La enfermera fingió escucharla con atención, pero la llevó de nuevo a su cama, tratando de calmarla con palabras dulces.
«De acuerdo, linda», le decía, «si te portas bien, podrás hablar por teléfono con quien quieras. Pero ahora no, mañana».
Comprendiendo de pronto que estaba a punto de caer en una trampa mortal, María escapó corriendo del dormitorio. Pero antes de llegar al portón, un guardia corpulento le dio alcance, le aplicó una llave maestra, y otros dos le ayudaron a ponerle una camisa de fuerza. Poco después, como no dejaba de gritar, le inyectaron un somnífero. Al día siguiente, en vista de que persistía en su actitud insurrecta, la trasladaron al pabellón de las locas furiosas, y la sometieron hasta el agotamiento con una manguera de agua helada a alta presión.
El marido de María denunció su desaparición poco después de la media noche, cuando estuvo seguro de que no se encontraba en casa de ningún conocido. El automóvil -abandonado y desmantelado por los ladrones- fue recuperado al día siguiente. Al cabo de dos semanas, la policía declaró cerrado el caso, y se tuvo por buena la explicación de que María, desilusionada de su breve experiencia matrimonial, se había fugado con otro.
Para esa época, María no se había adaptado aún a la vida del sanatorio, pero su carácter había sido doblegado. Todavía se negaba a participar en los juegos al, aire libre de las enfermas, pero nadie la forzaba. Al fin y al cabo, decían los médicos, así empezaban todas, y tarde o temprano terminaban por incorporarse a la vida de la comunidad. Hacia el tercer mes de reclusión, María logró por fin ganarse la confianza de una visitadora social, y ésta se prestó para llevarle un mensaje a su marido.
El marido de María la visitó el sábado siguiente. En la sala de recibo, el director del sanatorio le explicó en términos muy convincentes cuál era el estado de María y la forma en que él mismo podía ayudarla a recuperarse. Le previno sobre su obsesión dominante -el teléfono- y le instruyó sobre el modo de tratarla durante la visita, para evitar que recayera en sus frecuentes crisis de furia. Todo era cuestión, como se dice, de seguirle la corriente.
A pesar de que él siguió al pie de la letra las instrucciones del médico, la primera visita fue tremenda. María trató de irse con él a toda costa, y tuvieron que recurrir otra vez a la camisa de fuerza para someterla. Pero poco a poco se fue haciendo más dócil en las visitas siguientes. De modo que su marido siguió visitándola todos los sábados, llevándole cada vez una libra de bombones de chocolate, hasta que los médicos le dijeron que no era el regalo más conveniente para María, porque estaba aumentando de peso. A partir de entonces, sólo le llevó rosas.
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María -la protagonista- era en la vida real una muchacha de unos veinticinco años, recién casada con un empleado de los servicios públicos. Una tarde de lluvias torrenciales, cuando viajaba sola por una carretera solitaria, su automóvil se descompuso. Al cabo de una hora de señas inútiles a los vehículos que pasaban, el conductor de un autobús se compadeció de ella. No iba muy lejos, pero a María le bastaba con encontrar un sitio donde hubiera un teléfono para pedirle a su marido que viniera a buscarla. Nunca se le habría ocurrido que en aquel autobús de alquiler, ocupado por completo por un grupo de mujeres atónitas, había empezado para ella un drama absurdo e inmerecido que le cambió la vida para siempre.
Al anochecer, todavía bajo la lluvia persistente, el autobús entró en el patio empedrado de un edificio enorme y sombrío, situado en el centro de un parque natural. La mujer responsable de las otras las hizo descender con órdenes un poco infantiles, como si fueran niñas de escuela. Pero todas eran mayores, demacradas y ausentes, y se movían con una andadura que no parecía de este mundo. María fue la última que descendió sin preocuparse de la lluvia, pues, de todos modos, estaba empapada hasta el alma. La responsable del grupo se lo encomendó entonces a otras, que salieron a recibirlo, y se fue en el autobús. Hasta ese momento, María no se había dado cuenta de que aquellas mujeres eran 32 enfermas pacíficas trasladadas de alguna otra ciudad, y que en realidad se encontraba en un asilo de locas.
En el interior del edificio, María se separó del grupo y preguntó a una empleada dónde había un teléfono. Una de las enfermeras que conducía a las enfermas la hizo volver a la fila mientras le decía de un modo muy dulce: «Por aquí, linda, por aquí hay un teléfono». María siguió, junto con las otras mujeres, por un corredor tenebroso, y al final entró en un dormitorio colectivo donde las enfermeras empezaron a repartir las camas También a María le asignaron la suya. Más bien divertida con el equívoco, María le explicó entonces a una enfermera que su automóvil se había descompuesto en la carretera y sólo necesitaba un teléfono para prevenir a su marido. La enfermera fingió escucharla con atención, pero la llevó de nuevo a su cama, tratando de calmarla con palabras dulces.
«De acuerdo, linda», le decía, «si te portas bien, podrás hablar por teléfono con quien quieras. Pero ahora no, mañana».
Comprendiendo de pronto que estaba a punto de caer en una trampa mortal, María escapó corriendo del dormitorio. Pero antes de llegar al portón, un guardia corpulento le dio alcance, le aplicó una llave maestra, y otros dos le ayudaron a ponerle una camisa de fuerza. Poco después, como no dejaba de gritar, le inyectaron un somnífero. Al día siguiente, en vista de que persistía en su actitud insurrecta, la trasladaron al pabellón de las locas furiosas, y la sometieron hasta el agotamiento con una manguera de agua helada a alta presión.
El marido de María denunció su desaparición poco después de la media noche, cuando estuvo seguro de que no se encontraba en casa de ningún conocido. El automóvil -abandonado y desmantelado por los ladrones- fue recuperado al día siguiente. Al cabo de dos semanas, la policía declaró cerrado el caso, y se tuvo por buena la explicación de que María, desilusionada de su breve experiencia matrimonial, se había fugado con otro.
Para esa época, María no se había adaptado aún a la vida del sanatorio, pero su carácter había sido doblegado. Todavía se negaba a participar en los juegos al, aire libre de las enfermas, pero nadie la forzaba. Al fin y al cabo, decían los médicos, así empezaban todas, y tarde o temprano terminaban por incorporarse a la vida de la comunidad. Hacia el tercer mes de reclusión, María logró por fin ganarse la confianza de una visitadora social, y ésta se prestó para llevarle un mensaje a su marido.
El marido de María la visitó el sábado siguiente. En la sala de recibo, el director del sanatorio le explicó en términos muy convincentes cuál era el estado de María y la forma en que él mismo podía ayudarla a recuperarse. Le previno sobre su obsesión dominante -el teléfono- y le instruyó sobre el modo de tratarla durante la visita, para evitar que recayera en sus frecuentes crisis de furia. Todo era cuestión, como se dice, de seguirle la corriente.
A pesar de que él siguió al pie de la letra las instrucciones del médico, la primera visita fue tremenda. María trató de irse con él a toda costa, y tuvieron que recurrir otra vez a la camisa de fuerza para someterla. Pero poco a poco se fue haciendo más dócil en las visitas siguientes. De modo que su marido siguió visitándola todos los sábados, llevándole cada vez una libra de bombones de chocolate, hasta que los médicos le dijeron que no era el regalo más conveniente para María, porque estaba aumentando de peso. A partir de entonces, sólo le llevó rosas.
Copyright 1981, Gabriel García Márquez/ACI.
* Este articulo apareció en la edición impresa del Martes, 5 de mayo de 1981
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